martes, 19 de octubre de 2010

catarsis.

Hoy quiero cagarle la boca a todos los idiotas que de tanto estar quietos se han ido oxidando, a todos ellos que han querido imponerme su mierda kantiano-freudiana de vulgata decadente y después, por detrás, a escondidas, se hacen cojer por un trava con la chota bien grande para sentirse más vivos.
Quiero tirarme un pedo enorme e impregnar con olor nauseabundo la ropa de todos los tibios que para no lastimarse no hacen ni dicen nada más que lo justo y necesario, los que se conforman con las migajas resecas que van juntando del piso cuando nadie los está mirando.
Quiero romper en diez mil pedacitos al instinto maternal con sabor a propaganda de pañales y dejar en libertad al instinto asesino, que me crezcan los colmillos y chuparle la sangre amarga a los putos chupacirios que tienen miedo de entregar el culo y se masturban rapidito mientas escuchan a Arjona.
Quiero deshacerme de la culpa, cagarla a latigazos, quiero disfrutar con cada gota de sangre que chorree la puta culpa, aniquilar la piedad, la falsa modestia, la tolerancia y todos los buenos pensamientos de quienes venden, a los gritos, pescado podrido.
Quiero ponerle candado a los armarios para que nadie salga ni nadie entre, vomitar todos los nombres y revolcarme entre el vomito y los armarios con todos los que se espatan pero bien que les gusta.
Quiero reirme y con la risa desprenderme de todo aquello que tragicamente y con cierta comodidad alguna vez llamé YO y asumí como personaje eterno.

domingo, 17 de octubre de 2010

oniromancia.

Esa noche había dormido con Martín pero me levanté al lado de un hombre muy viejo y bastante desagradable.
Le pregunté con mucha dulzura, más de la habitual en mi, si esa tarde tenía que trabajar o si podíamos hacer algo juntos, el día estaba muy lindo.
Con cierta seriedad me dice que no, porque estaba cansado. Yo no entendí si me estaba diciendo que no iba a ir a trabajar o si no quería que hagamos algo juntos porque estaba cansado. No entendí pero no le pregunté nada.
Ya me estaba cambiando y hacía café, de repente sonó el timbre. Sabía que nos habían venido a buscar.
Subimos en silencio a un auto destartalado, no sé quien lo conducía.
Llegamos a una casa, no decía mucho por fuera. Bajé del auto y en silencio cruce un pasillo largo con olor a humedad.
Dí a una puerta de chapa y vidrio, cuando la abrí estaba Martín subiéndose los pantalones y una vieja horrible, muy delgada, toda arrugada y con el maquillaje corrido, fumando en lencería que parecía más un chiste que algo erótico.
Me puse algo ansiosa, ellos se apuraron y subimos todos al auto, en silencio.
El viejo con quien desperté conducía, la vieja de Martín estaba de acompañante y nosotros quedamos ubicados atrás en el medio de dos personas que no podía distinguir.
Martín escribía en su celular mensajes que yo podía leer pero ahora no recuerdo.
Para esa altura mi incomodidad había crecido y se transformó en malestar. Martín se dio cuenta de eso, intentaba consolarme con los mensajes de su teléfono, ya no entendía qué decían.
El auto se movía. Martín, sin despegar la mirada de la pantalla y con un tono bastante seco me pregunta: "Cuando fue la primera vez que pensaste en suicidarte?"
Sin pensarlo demasiado le respondo: "a eso de los 11 o 12 años"
"Yo también" me dice simplemente.
La vieja de adelante, la que había estado con Martín, la que seguía fumando y cada vez parecía más desagradable, se da vuelta y nos dice "ya saben a donde van entonces?"

martes, 5 de octubre de 2010

falsacionismo.

Pegame, más, si si, más fuerte! Le termino diciendo entre gemidos de putita caliente.
Corroboración empírica; la realidad supera la ficción, y si hay algo bueno en eso es precisamente la perdida de control. No todo puede calcularse y uno se encuentra haciendo, diciendo, pidiendo e imaginando cosas que tal vez nunca hubiese podido pensar.

Y es que para mi eso es Omar, un portal hacia lo desconocido. Una conjunción de millones de "no" que, cada vez más rápido y facilmente, se van convirtiendo en un gran "si" acompañado de gemidos que nunca me había escuchado. Es una montaña rusa Omar, de esas que van despacio pero aun así te hacen sentir vértigo en la panza.
Él se rie cuando le digo que para mi todo tiene sabor a nuevo, él se rie con esa risa de quien no entiende, no cree o simplemente no le importa. La misma risa que tiene cuando me golpeo la cabeza una y otra vez contra la pared mientras me clava, literalmente, la pija tan dura y tan profundo que me hace olvidar por completo de mi reticencia a la penetración.

Ya lo vas a pedir por favor, me dice y no sólo le creo sino que además viajo mentalmente hacia un lugar donde no puedo ni quiero (verdadera novedad) controlar absolutamente nada.