viernes, 16 de diciembre de 2011

fantasma lacaniano.

Querido Federico,
intente de las mil maneras olvidarte. No lo consigo.
Pero dejame que te lo diga, lo intenté Federico, puse voluntad, si es que sirve para algo, lo intenté.  Busqué artificios de los más variados, creí en cosas que yo no creo, para ver si con eso vos te ibas, te espantabas. Pero no, te quedabas.
Intenté varias cosas, como te decía. Hice una limpieza grande y tiré todas las chucherías que guardaba, todo lo que me remitía a vos con necesidad. Las cosas chiquititas que nos unían. También baldié los pisos, lavé los platos y fregué los azulejos del baño que todavía olían a tu espalda.
Me convertí en todo eso que no era. Pensé que por ahí, de ese modo, te asqueaba mi presencia y entonces no volvías. Pero te quedabas y cada vez más cerca. Cómo si estuvieras adentro mío, como si sintieras eso que siento, como si tampoco vos pudieras hacerlo palabras.
Pero no sos parte mía Federico, sos eso que es y no es (yo) más bien; como decía Derrida, ese huésped que se vuelve hostil. Y como sabes, toda mi hospitalidad se cuece en un caldo hostil, picante. A veces desértico.
Lo intenté. Recurrí a talismanes, estampitas, velas, mantras, hasta leí las letras pomposas que tanto detesto. También hice lo que se hacer, lo que no me cuesta nada.
Pero te quedabas cerca, siempre cerca. Ese cerca que no existe, que puede ser en cualquier lado. Susurrando cosas que, todavía, no puedo oír. Diciendo cosas que tampoco vos podes decir todavía.
Y entonces, Federico, me envuelven nostalgias de recuerdos tan apócrifos como cualquier relato inconcluso.
De todos modos aprendí que los berrinches no me sirven para nada y a mi los deseos no me salen sino con puros berrinches. No tengo término medio, me conoces, y por eso se me hace tan paradójico tenerte tan cerca.
Sea como sea, dejo de pelear y vuelvo a darte la bienvenida.


Sueño (1)
A veces siento que es la primera vez que estoy en mi casa. Un sentimiento extraño. Como extranjera en su tierra, en su tierra más propia.
Como si no fuera de ninguna parte. Como si estuviera de visita. Sabiendo que me voy.
Hasta que me doy cuenta que no se a dónde. Entonces me gana el espanto y me siento líquida. Licuada, para ser más exacta.
Como si no hubiese nada en mí que contenga mi sangre. Como si pudiese irme entera por la oreja, por la nariz o difuminarme, hasta desaparecer,  por cada uno de mis poros.


Disculpame Francisco, a veces pienso que me hubiese gustado desear otra cosa. Y no es que sea tarde, pero es que ya no le encuentro mucho sentido. Las palabras ya no me dicen mucho, sabes? no me dicen nada.
Las palabras ahora me resultan solo palabras, juegos entretenidos de ingenio, a lo sumo. Quizá porque logré desprenderme incluso de ellas, sentirlas extrañas o ya no sentirlas. Dejar mi cabeza en blanco o en negro o en un gris indescifrable….
Así me siento Francisco, completamente vacía, o muy llena. Totalmente abarrotada, sin el más minúsculo espacio donde  entre nada.
Y si, claro, por momentos, siento que me asfixio, que me quemo por dentro, que me arde, pero hay momentos en los que me siento bien así, en silencio, tranquila.


Sueño (2)
Estaba en un edificio de estructura antigua. Caminaba desorientada por uno de los pasillos. Paré en una puerta grande y pesada de madera. Al abrirla, era un baño amplio y muy limpio, con un espejo enorme que abarcaba toda la puerta del lado de adentro. Me miraba, tenía una expresión rara, de desconcierto.
Al bajarme el short, encontraba en mi entrepierna un pubis muy velludo, oscuro y voluminoso. Y entre ese matorral mio, reposando una pija gruesa que colgaba hasta el comienzo de los gruesos labios de mi concha.
Hice un pequeño movimiento pendular y sentí cómo se sacudía un poco mi verga, cómo iba y venía suavemente.
Abrí un poco las piernas, y me miré con detenimiento en el espejo. Tuve la necesidad de asegurarme que también estaba mi concha. Estaba, sin ninguna modificación al parecer. Eso me tranquilizó un poco, pero en seguida me pregunté, creo que en voz alta si todo eso era normal. Claro que es normal, me dije, soy mujer, todas las mujeres tenemos las dos.
Así dije “las dos” y me dio entre ternura y vergüenza haberme confundido.
Con la mano derecha tomé con suavidad mi verga, desde el nacimiento mismo. La apoyé en mi mano, como intentando adivinar su peso, como queriendo saber cuanto medía.
Todo eso pasaba rápido, pero lo sentía eterno.
La rugosidad de la piel que se iba tensando, la mano que se iba haciendo chica, que ya no contenía toda mi verga, que ahora simplemente la guiaba, la sacudía.


Escuchame Fabricio, entendé. Yo nunca te mentí.
De hecho, te lo dije siempre; yo nunca miento, a lo sumo exagero, fabulo, te hago más entretenida la historia, le doy cierta cohesión poética a eventos que de otro modo no tendrían demasiada relevancia.
No se, decile como quieras Fabricio, pero asumilo, yo nunca te mentí.
Incluso para que entiendas, un día te dije que miento todo el tiempo, para que entiendas nomás, pero parece que te confundí, que te llené de dudas.
Mirá, que se yo, por ahí es parte de mi costado perverso, pero ves? Nunca te mentí. Yo no miento.
Te dije también que a veces  se me piantaba un poco, o no te lo dije? y en eso las contradicciones formaban parte del combo, por eso nunca te dije más si que no, ni viceversa.
Pero entendeme Fabricio, y es que se venía venir, así de ansiosa que soy que necesitaba paciencia.
No te pongas así Fabricio, me partís el corazón, vení, mejor deja que te acaricie un rato.
Si vos sabes bien que después de todo realidad no es otra cosa que la  sustantivación de un adjetivo que de por sí, no le agrega nada a la descripción.
Abrazame Fabricio, te abrazo. Yo nunca te mentí y tenés una boquita tan hermosa.


Sueño (3)
Estamos en el subte B, tal vez para que todo sea mucho menos creíble. No se, estamos sentados en esos sillones de felpa roja desgastada que tiene el subte B. No recuerdo el contenido de nuestra charla, pero recuerdo la sensación de tenerlo cerca.
Está vacío el vagón o yo no veo a nadie más que a él, con las piernas bien abiertas, ocupando mucho más espacio del que en verdad ocuparía su cuerpo delgado.
Un gesto que es muy común entre los hombres, pero que en él se ve ridículo, exagerado, como sobreactuando su virilidad. 
Toda su confianza se le ve ridícula, y por eso me gusta.
Todo él me resulta grotesco.
Me resulta evidente que es otro, aun cuando no puedo determinar si es el otro que le gustaría ser o el otro que por momentos siente que no puede dejar de ser.
No me importa. Me gusta saberlo otro. Me gusta creer que nos pasa lo mismo, que por eso nos entendemos, que por eso no hace falta decir mucho, ni tampoco conocer ni inventar verdades.
Como si fuésemos conscientes del engaño, como si pudiésemos ver el disfraz que llevamos puesto.